El “Jazz Standard”, uno de los locales de jazz más importantes de Nueva York, no pudo aguantar como el Birdland, y el pasado 3 de diciembre anunció su cierre definitivo, mientras que otros locales como Smalls también han visto de cerca la “muerte”, y ha conseguido sobrevivir gracias a conciertos retransmitidos por internet.
Aunque el jazz nació en Nueva Orleans, con el paso del tiempo es Nueva York la que ha pasado a ser considerada la meca de este apreciado género musical, que sin embargo ha sido uno de los sectores más olvidados en un año de pandemia en el que los espacios íntimos y cerrados y la música en vivo quedaron vetados en la Gran Manzana.
“Este ha sido un templo de la música durante 71 años. Es la espina dorsal de Nueva York. Así que hice todo lo posible a título personal por mantenerlo con vida durante 10 meses”, explica el dueño del icónico Birdland, Gianni Valenti, frente a un escenario desierto y rodeado de taburetes vacíos.
Su local de tonos rojizos, por donde antes de la pandemia pasaban unos 100 músicos por semana y donde han actuado gigantes del jazz como Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Bud Powell, Miles Davis, Thelonius Monk, Ella Fitzgerald o Billie Holiday, estuvo muy, muy cerca de desaparecer en enero, pero Valenti decidió lanzar un SOS que alarmó a Nueva York.
Gracias a una campaña de GoFundMe y un concierto solidario al que se sumaron Bill Clinton, Whoopi Goldberg o Billy Joel, consiguió reunir US$ 500,000 que cree le durarán hasta otoño, cuando espera que las cosas hayan vuelto a una relativa “normalidad”.
Eso sí, Valenti deja muy claro que el Birdland se ha salvado gracias a la solidaridad de los fans de la música y el jazz, y afirma que las autoridades del estado prácticamente les han abandonado a su suerte.
“La música es lo que somos, es nuestra vida. Y creo que (las autoridades) de la ciudad y el gobierno de nuestro país no han prestado atención a lo que le está pasando a los artistas”, apunta.
Y es que mientras los restaurantes han podido servir a clientes con entregas a domicilio o en espacios exteriores buena parte de la pandemia, los museos pudieron abrir sus puertas a finales de agosto, y los estadios vibraron de nuevo a finales de febrero, los pequeños e íntimos locales de jazz siguen prácticamente sin público.
Esta misma semana, vieron un rayito de luz al final del túnel cuando el estado de Nueva York anunció que a partir del 2 de abril, se podrán celebrar eventos musicales en salas cerradas, pero a un 33% de su capacidad, algo que para Valenti no es suficiente, ya que no es económicamente viable abrir para poder acomodar sólo a unos pocos.
El “Jazz Standard”, uno de los locales de jazz más importantes de Nueva York, no pudo aguantar como el Birdland, y el pasado 3 de diciembre anunció su cierre definitivo, mientras que otros locales como Smalls también han visto de cerca la “muerte”, y ha conseguido sobrevivir gracias a conciertos retransmitidos por internet.
Al margen de esporádicas campañas de recolección de fondos, algunas entidades privadas, como la Louis Armstrong Foundation, han echado un enorme número de salvavidas al mar, a los que se han agarrado más de 1,200 músicos de jazz de Nueva York.
La institución, fundada con fines educativos por el inigualable trompetista Louis Armstrong, decidió dedicar un millón de dólares de sus fondos a ayudar a 1,000 músicos de jazz con becas de US$ 1,000, y tras conocerse su iniciativa, consiguieron US$ 200,000 más, por lo que al final el número de artistas beneficiados fueron 200 más.
La idea de ayudar única y exclusivamente a músicos de jazz, explica la directora de la Louis Armstrong Foundation, Jackie Harris, viene del hecho de que la comunidad de este género musical es muy pequeña, y no cuentan con el apoyo de las masas.
“Los únicos que organizan conciertos y que apoyan el jazz son los amantes del jazz, mientras que por ejemplo las comunidades de ‘Rythm and Blues’ (R&B), de la música ‘country’ o del pop son mucho más grandes”, asegura Harris.
Algunos de los músicos que recibieron parte de los fondos, aseguró Harris, se echaron a llorar con la buena noticia, porque decían que se habían quedado sin qué comer, puesto que la mayoría de los músicos de jazz no tienen ninguna otra fuente de ingresos más allá de los conciertos.
“Algunos son además profesores, pero los colegios también cerraron”, recuerda.
Harris se queja también de la falta de acción del gobierno, pero apunta además, sin titubeos, al sector privado, a las grandes empresas que han seguido registrando colosales beneficios pese a la pandemia.
“Hay tantos ceros en sus márgenes de beneficio que es difícil de concebir. ¿Qué es para ellos gastar medio millón de dólares en el apoyo a músicos que no tienen trabajo y que no han tenido trabajo durante un año?”, plantea.
“Estamos todos junto en esto, y eso no es sólo un eslógan. Es un hecho”, sentencia.
Entre los beneficiados por la Louis Armostrong Foundation se encuentra Joe Dyson, un joven batería que comenzó a tocar a los 2 años y que hace unos años decidió trasladarse para aprobar suerte desde Nueva Orleans hasta Nueva York, donde ha tocado con importantes músicos como Dr. Lonnie Smith, Ellis Marsalis o Jon Batiste.
Con la energía que le otorgan sus 31 años, Dyson confiesa que la institución le ha ayudado mucho, y que pese a la pandemia, con el apoyo de la fundación ha podido “dar un paso atrás y descifrar cómo seguir hacia delante”.
“La naturaleza de esta música es siempre convertir un ‘nada’ en algo. Veo muchos grandes músicos y grandes mentes que forman parte de esta comunidad, y siempre están encontrando formas creativas de presentar música y seguir llevándosela al público”, afirma.