Podría pensarse que todo se ha dicho sobre Nueva York, pero cada nuevo enamorado cuenta una aventura diferente. |
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No tiene una toalla playera estampada con “I love NY” que lo certifique pero Laura se enamoró de Nueva York. Esta Laura no es de apellido Pausini, ni fue primera dama de Estados Unidos, ni le dicen “señorita Laura” a los gritos en un programa de televisión. Porque no hay que ser famoso para que el primer viaje de alguien a Nueva York sea relevante.
En lo personal siento envidia de todo aquel que recuerda su encuentro con las luces y el ritmo de esa ciudad frenética y maravillosa (el mío fue hace 30 años, llegaba a un colegio nuevo y hacía ya mis pinitos en la odiosa adolescencia). Siento envidia del que sabe si llovía la primera vez que vio la Estatua de la Libertad y del que sabe si fue un lunes o un domingo cuando descubrió que no hay pizza más sabrosa que la que venden por porción en las calles de Manhattan. Siento envidia de Laura. Siento envidia de esto:
“Me hizo sentir como alguien importante. Me hizo sentir que estaba en el centro del mundo. Y a la vez que era la persona más anónima e insignificante. En Nueva York, siendo nadie o nada, se es parte de todo. Me gusta la velocidad a la que se mueve la ciudad. Que si no corres te deja atrás. Pero me gusta también que tenga espacios donde puedes pasar horas contemplando gente, un parque, una obra de arte, un edificio. Es una ciudad generosa con sus visitantes. Te da arte, cultura y espectáculos, te da árboles, naturaleza y espacios al aire libre donde hacer deporte o leer un buen libro”.
Sí. Ya lo sé. Esta sección es de turismo y no el diario de Laura. Así es que recorramos sus palabras por partes.
Sí. Ya lo sé. Esta sección es de turismo y no el diario de Laura. Así es que recorramos sus palabras por partes.
Contemplando gente
Hace unos años, The New York Times proclamó al meatpacking district (el nombre de este sector se debe a que en el pasado congregó a los carniceros de la ciudad) como el sitio ideal para ver gente en Nueva York. De ese punto se accede al High Line, un parque elevado, construido sobre los rieles de un tren en desuso, donde se pueden dedicar varias horas al placer de ver las personas pasar. Gracias a Humans of New York, un bello catálogo de neoyorquinos disponible en internet, no es necesario montarse en un avión para contemplar gente, ver sus rostros y conmoverse con sus historias.
Un parque
Puede ser trillado pero el parque tiene que ser Central Park (lo dicen los 40 millones de personas que lo visitan cada año). En sus 3,4 km2 hay un lago, un monumento a John Lennon, un castillo y un jardín “shakesperiano”, sembrado con plantas y flores mencionadas en las obras del escritor y decorado con citas de sus libros.
Una obra de arte
En museos, la oferta de Nueva York es descomunal: el Metropolitan, el Guggenheim, el de Historia Natural, el sobrecogedor Memorial del 11 de septiembre... En un acto caprichoso y arbitrario, voy a escoger La noche estrellada (MoMa), ese cuadro que tan poco le gustaba a su pintor Vincent Van Gogh pero que tanto me gusta a mí, como la obra de arte a la que se refiere Laura.
Un edificio
¿El romántico Empire State de las películas? ¿El Flatiron que parece una tajada de ponqué? ¿One World Trade Center, símbolo del renacimiento de la ciudad después de la caída de sus torres gemelas? ¿El precioso Chrysler? ¿La Estatua de la Libertad? ¿El puente de Brooklyn? Todos. La silueta de Manhattan es una de sus grandes atracciones. Véala desde Brooklyn o, mejor aún, desde un barco sobre el río Este.
Foto: Patricia Ritter.
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