New York Ultimate: Portentoso retrato de Nueva York

lunes, 11 de abril de 2016

Portentoso retrato de Nueva York

Garth Risk Hallberg retrata en 'Ciudad en llamas' los submundos de una urbe tan fascinante como peligrosa. Una novela de altura pero no exenta de defectos

Saqueadores en Brooklyn (Nueva York) en 1977.
Saqueadores en Brooklyn (Nueva York) en 1977. 


Una noche, durante un cóctel en un hotel de moda, un crítico y bloguero que jamás había publicado ningún libro, Garth Hallberg, coincidió con Chris Parris-Lamb, el agente literario del momento, conocido por su habilidad para sellar contratos millonarios. Lamb y Hallberg tenían treinta y tantos años y eran ambos oriundos de Carolina del Norte. Cuando el escritor le contó que acababa de poner fin a una novela de más de un millar de páginas que había tardado nueve años en completar, Parris-Lamb le pidió que se la hiciera llegar. Unas semanas después el manuscrito de Ciudad en llamas obraba en poder de las 12 editoriales más influyentes del país, de las cuales 10 mostraron un interés fuera de lo normal por publicarlo. El forcejeo se saldó a favor de la editorial Knopf, que pagó un adelanto de dos millones de dólares, cifra récord para una primera novela. Una productora de Hollywood desembolsó un millón de dólares más por los derechos cinematográficos.
Por medio de un lenguaje limpio, velocísimo, eficaz, de un virtuosismo que en algún momento puede resultar excesivo, Hallberg logra una visión novelística de gran altura, aunque no exenta de defectos
Son muchos los novelistas que se han ocupado de Nueva York cuya sombra se proyecta sobre la novela de Hallberg, desde clásicos como Fitzgerald y Salinger hasta contemporáneos como Richard Price, Jonathan Lethem y Michael Chabon. Más específicamente, la crítica ha comparado Ciudad en llamas con El jilguero, de Donna Tartt, y La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe. Por lo que se refiere a la primera, aunque la deuda con Dickens es en ambos casos muy profunda, las diferencia la ausencia total de concesiones por parte de Hallberg tanto al sentimentalismo fácil como a la voluntad de complacer al gran público, rebajando las exigencias artísticas. Aunque por el tema y por la visión panorámica de Nueva York la novela es comparable a La hoguera de las vanidades, también en este caso hay diferencias abismales. Mientras que la de Wolfe es un reportaje en clave de ficción, la de Hallberg es la obra de un novelista innato que se inscribe dentro de la más alta tradición narrativa de su país. A diferencia de Wolfe y Tartt, Hallberg hace una literatura que está destinada a durar. Ciudad en llamas está mucho más cerca de una novela como Submundo, aunque Hallberg carece aún de una trayectoria que permita augurar si algún día llegará a la altura de Don DeLillo.
El retrato que se hace de Nueva York en Ciudad en llamas es sencillamente portentoso. La acción arranca durante la Nochebuena de 1976 en Central Park, escenario de un crimen que se convierte en el eje de todo el trazado narrativo, y culmina el 13 de julio de 1977, fecha del segundo gran apagón de Nueva York, durante el cual la ciudad se convirtió en una orgía de caos, violencia, saqueos e incendios provocados. La novela retrata los submundos de la droga, el sexo, el punk y la corrupción política a la vez que se adentra en las vidas de una docena de personajes cuyas trayectorias se cruzan de manera vertiginosa. Hallberg recrea una época en la que Nueva York era un lugar tan fascinante como peligroso, recorriendo con visión cinemática los escenarios de una ciudad convulsa: el Bronx en llamas, los solares cubiertos de escombros de Hell’s Kitchen, la desolación de Alphabet City y el East Village, las mansiones de los ricos y los tugurios de los destituidos. Hallberg domina todos los aspectos del buen novelar en su sentido clásico: crea con solvencia una amplia galería de personajes, dando vida a escenas inolvidables y haciendo que se entrecrucen innumerables líneas argumentales.
Ciudad en llamas es una construcción narrativa compleja. En torno al núcleo central gravitan múltiples historias e interludios, algunos de los cuales incorporan elementos como páginas manuscritas, transcripciones, cuadernos artísticos o fanzines. Por medio de un lenguaje limpio, velocísimo, eficaz, de un virtuosismo que en algún momento puede resultar excesivo, Hallberg logra una visión novelística de gran altura, aunque no exenta de defectos: ¿El texto habría ganado si un severo trabajo de edición hubiera eliminado un buen número de páginas? ¿Las sorpresas del argumento resultan en alguna ocasión inverosímiles? ¿La brillantez del lenguaje incurre a veces en manierismos prescindibles? ¿O se trata de una apuesta que hay que aceptar de manera global? Tal vez lo que mejor dé la medida del talento de Hallberg sea su habilidad en el manejo del tiempo como elemento esencial del proceso narrativo, no sólo desde el punto de vista técnico, sino de una manera intuitiva, tanto por lo que se refiere al tiempo interno en el que se mueve la conciencia de los personajes, como (sobre todo) por la manera en que la novela logra atrapar el flujo de la historia.
En Ciudad en llamas la reconstrucción del pasado se configura como premonición del futuro: el apagón remite de manera profética a catástrofes que vendrían después: la crisis del sida, la crisis financiera de 2008, que arrastró tras de sí al resto del mundo, y por supuesto la destrucción de las Torres Gemelas, hecho acaecido en Nueva York que cambiaría el curso de la historia.

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