Barco de Papel ofrece una selección de títulos de escritores latinoamericanos y españoles. |
Debajo de la descascarada plataforma de la línea 7 del metro, a lo largo de la frontera entre Elmhurst y Jackson Heights en Queens, más allá de los vendedores de collares y pulseras, y de maíz y brochetas de carne, hay un mural de Gabriel García Márquez que adorna una pequeña tienda en un callejón.
Se trata de la librería Barco de Papel, uno de los cada vez más escasos locales que venden libros en español en Nueva York.
Con su ubicación en un callejón y sus estantes llenos de libros usados —algunos difíciles de encontrar o para coleccionistas— apilados sin ton ni son, tiene algo que recuerda vagamente a García Márquez: da la impresión de que la pequeña tienda es de alguna manera más grande que la suma de sus partes polvorientas. El nombre de la librería, Barco de Papel, remite a un intelectualismo analógico, de otra época.
Ramón Caraballo, el dueño, abrió la tienda en 2003, después de años de ahorrar dinero de la venta de libros en la calle. Una noche de viernes hace algunos días, sentado en una silla en el centro de la librería, Caraballo hablaba con sus clientes mientras sonaba una suave música de jazz. “Dígame, ¿qué es la cultura?”, le preguntó a uno de ellos.
Es una pregunta simple sin respuestas fáciles, pero tiene gran importancia para la tienda que, a pesar de su pequeño tamaño, funciona también como un centro cultural dedicado a celebrar las tradiciones, literarias y de otros tipos, de América Latina. Aproximadamente, la mitad de los 67.000 habitantes de Jackson Heights se identifican a sí mismos como latinos.
Los eventos del año pasado incluyeron charlas y lecturas con un ilustrador argentino, un trovador cubano y dos autores peruanos. Además de una selección muy completa de escritores latinoamericanos, los estantes guardan también literatura de España, desde la época medieval hasta textos contemporáneos.
Una tarde hace poco se juntó una pequeña multitud afuera de la librería para ver a Zenen Zeferino, un cantante, guitarrista y escritor mexicano de libros para niños. Enfundado en un guayabera blanca y con un sombrero de paja, Zeferino estuvo acompañado por otro guitarrista y una bailarina con un vestido azul con mucho vuelo, los tres sobre una pequeña plataforma de madera mientras interpretaban sones jarochos.
Zeferino dijo que su música estaba dedicada a “las personas que vienen a trabajar pero no quieren que sus hijos pierdan el vínculo” con su tierra.
Su voz, acentuada por el ritmo de la bailarina, se levantaba por encima del bullicio de la zona; los peatones se paraban a escuchar, sin distraerse con el estruendo intermitente del metro.
Hernando Cuervo, de 65 años, taxista de Jackson Heights y visitante asiduo de la librería, se sentó a ver el espectáculo. “Aquí la gente viene a trabajar y a producir, y se les olvida de dónde vienen”, dijo Cuervo, nacido en Colombia. “Es muy importante que la gente tenga la oportunidad de reconectarse con sus raíces”, explicó.
Ese es uno de los propósitos de la Librería Barco de Papel, que se encuentra en una de las zonas de la ciudad con más diversidad. Su dueño describió de la siguiente manera la tensión que enfrentan muchos neoyorkinos: “¿Eres lo que trajiste de tu país o eres lo que has aprendido aquí?”.
Caraballo afirmó que el objetivo de la tienda, que opera con la ayuda de voluntarios, es mostrar “nuestras riquezas, nuestros valores culturales”, al tiempo que se deja espacio para que se desarrollen las ideas. Después de los sones jarochos hubo teatro, poesía, música y una sesión a micrófono abierto organizada en colaboración con el Instituto Cervantes sobre el tema de la identidad.
Caraballo habló de otras dos librerías de libros en español, la Librería Lectorum y la Librería Macondo, que según él relacionaban la literatura con la cultura de una forma que él espera mantener viva. Ambas cerraron sus locales en la calle 14 de Manhattan en 2007.
“Me siento como el último de los mohicanos”, afirmó.
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