Miguel Saco es un reconocido experto en los artísticos muebles del siglo XX. Un español que vivió la bohemia neoyorquina
Saco todavía frecuenta las tabernas del barrio de Chelsea. / JON URIARTE |
Cuando Miguel Saco llegó a Nueva York, en el sur de Manhattan se cruzaban poetas que querían cantar, bohemios que se abrían las venas con mierda inyectada, rubias del hotel Chelsea, pijos aficionados al terciopelo y al underground, artistas de quitarse el hambre con hamburguesas, noches de tabernas de aquel sur de Dylan, Warhol, Cohen o la joven Patti Smith. Aquellos tipos raros entonces frecuentaban los mismos bares que un gallego que también quería ser artista y acabó bordeándolo en el negocio de la restauración de muebles que son piezas únicas, como acaba dedestacar The New York Times.
Hoy es uno de los secretos españoles mejor guardados de Nueva York. Elegante, silencioso en varios idiomas, vecino de Gramercy, conocido por algunos de los más ricos de la ciudad, amigo de Manolo Valdés y uno de los últimos resistentes de las tabernas de Chelsea. A Miguel Saco, uno de los más reconocidos expertos en las artísticas piezas del mueble del siglo XX, se le puede encontrar tomando almejas en la selecta barra de Gramercy Tavern o bebiendo cerveza en el histórico Old Town Bar –uno de los escondites de Dylan Thomas–. También se le ve tomando un gin-tonic o en cualquier estreno de una noche en la ópera del Met.
Saco, paisaje y paisanaje de la ciudad, un personaje con bigotes de mariscal de campo, calva de elegante mayordomo francés, el arte de no hablar más de lo necesario y una sobria amabilidad que esconden a otro, a otros. Gallego de Ourense, emigrante a Nueva York por necesidad y modernidad, anclado en una ciudad entre los borrachos en el Bowery y los modernos de sus pueblos. Contento entre provincianos cosmopolitas, jóvenes que buscan otros mitos, otros ritos.
Hoy es uno de los secretos españoles mejor guardados de Nueva York. Elegante, silencioso en varios idiomas
Allí, sin hablar inglés –¡ni Dios lo permita!, que decía aquel gitano llamado Sabicas–, Miguel se cruza con artistas, buscavidas, huidos, emigrantes y algunos tan listos como Aurelio Torrente, que supo vivir entre el MOMA, el off Broadway y la dirección de la oficina de turismo del Gobierno español. Los tiempos estaban cambiando. Saco, además de vivir noches de nunca acabar, de hacer de la vida en un trip entre Chelsea y las costas de Maine para traer las langostas a los restaurantes, se da cuenta de que hay un negocio en conocer, restaurar y reproducir los muebles del siglo XX. Objetos de deseo con firma y piezas limitadas. Marcas de distinción con las que conviven los más ricos de la ciudad. Tener una pieza auténtica de Mies van der Rohe, los Eames, Alvar Aalto o del Grupo Memphis es tan importante como poseer un expresionista abstracto o vivir con unpicasso.
El español, el gallego Saco, desde hace varias décadas es uno de los más prestigiados conocedores, restauradores y expertos en autentificar y rescatar esas rarezas. Sus días han pasado satisfaciendo a quienes desean en su casa algunos de los objetos más perseguidos del mobiliario contemporáneo. Descendiente de familia de madereros orensanos, conocedor de las cualidades de dicho material, además de aquellos con los que se fabrican sueños y realidades de la decoración contemporánea, Miguel Saco ha conseguido vivir muy bien de su arte y ser uno de los más reconocidos especialistas en esa artesanía cada vez más cotizada.
Capaz de mezclar lo monacal y lo cool, suele fugarse a su casa campesina en el Morrazo gallego. Es un lugar solitario, un monte con vistas al mar, donde cada verano se refugia del mundanal ruido. Feliz en su anonimato, hasta que el otro día llegó The New York Times y le puso por las nubes. ¿Qué le pasa a un gallego neoyorquino cuando le cae una página laudatoria en el periódico más influyente del mundo? ¿Mantendrá el precio de unas sillas a saldo que me hizo una noche de nieve y copas?
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