¿Cuál es el mayor icono cinematográfico de Nueva York? Suele pensarse que el rascacielos Empire State, por 'King Kong', o el puente de Brooklyn, por 'Manhattan'. Pero el gran icono del cine, utilizado en millares de películas y series, es Grand Central, la estación ferroviaria de la calle 42. No hay un lugar más neoyorquino que esta estación, la más hermosa del mundo, con 101 años cumplidos gracias a Jacqueline Kennedy Onassis.
La viuda de América utilizó en 1968 su inmensa popularidad para encabezar una exitosa campaña contra el derribo de Grand Central, culminada con una sentencia del Tribunal Supremo que consagró el derecho de los poderes públicos a preservar los monumentos históricos, incluso contra la voluntad de sus propietarios. Grand Central es a día de hoy una atracción turística de primer orden, aunque su imagen no suela encabezar las guías: más de 20 millones de personas acuden cada año a la estación solo para verla, sin acercarse a sus 60 andenes ni a los casi 300 trenes que parten de ella diariamente.
En 1963, con el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy, Estados Unidos perdió oficialmente la inocencia. Cuesta pensar que pudiera mantenerse inocente hasta entonces un país que había vivido el exterminio de las poblaciones nativas, la guerra civil o el asesinato de Abraham Lincoln, pero el impacto del magnicidio de Dallas, retransmitido en directo, fue terrible. Los acontecimientos inmediatamente posteriores, como la guerra de Vietnam y los disturbios raciales, parecieron demostrar que en 1963 las cosas habían cambiado para siempre. Para Nueva York, 1963 fue doloroso por partida doble: casi sin previo aviso fue demolida la estación de Pennsylvania, el edificio más majestuoso de la ciudad, construido en granito rosa e inspirado en las termas romanas. Walter Cronkite, el periodista más prestigioso del país, informó de ambos acontecimientos, la demolición de Penn Station y el asesinato de Kennedy, desde su estudio televisivo en la otra estación neoyorquina, Grand Central.
En 1968, cuando se anunció que los propietarios de Grand Central tenían la idea de destruirla para dejar espacio a un nuevo rascacielos, la reacción ciudadana fue muy intensa. Resultó algo bastante insólito en una ciudad como Nueva York, habituada a prescindir del pasado y a reinventarse cada semana. Jacqueline Kennedy fue el rostro más visible de la campaña vecinal que salvó Grand Central. Una placa recuerda su actuación en el vestíbulo del edificio. El vestíbulo, con sus 38 metros de altura, sus rampas y sus escaleras, constituye el ámbito más célebre de Grand Central. Desde 'Tiempos modernos', de Charles Chaplin, a 'Con la muerrte en los talones' de Hitchcock, ha sido tan utilizado en el cine que resulta familiar incluso para quienes jamás lo han pisado. Luego están los establecimientos míticos de la estación, como el Oyster Bar (la cantina ferroviaria más elegante y, sin duda, más cara del planeta) o el Campbell Apartment. Esto último no fue jamás un apartamento. El magnate John Campbell invirtió un dineral en la compañía ferroviaria que utilizaba la estación como terminal y quiso pavonearse ante William Vanderbilt, heredero de la familia que había construido Grand Central. Vanderbilt tenía una oficina muy lujosa en la estación. Campbell quiso tener otra, aún más deslumbrante. El propio Vanderbilt le alquiló un espacio en el que Campbell gastó unas cantidades obscenas. La alfombra, por ejemplo, era más cara que el apartamento más caro de Nueva York. Murió Campbell, pasaron las décadas y el apartamento decayó hasta que en 1999 fue reinaugurado como bar, con muchos elementos decorativos originales pero sin la alfombra. El Campbell Apartment es uno de esos bares que debe conocer cualquier aficionado a las barras y las copas, y, en general, cualquier viajero mínimamente sensible. No hay gran edificio sin grandes misterios. El convertidor de corriente en el subsuelo de la estación fue top secret durante la Segunda Guerra Mundial, porque un sabotaje habría paralizado la movilización de tropas en la costa este; la existencia de un tren especial subterráneo que unía la estación y el hotel Waldorf Astoria para uso de un único cliente, el presidente Franklin Roosevelt, contribuyó a la formación de leyendas urbanas en torno a los presuntos secretos subterráneos de Grand Central. De forma casi lógica, cuando Richard Donner llevó al cine las historias de Superman en 1978, situó en los sótanos de la estación el refugio del malvado Lex Luthor. En realidad, el único secreto es el de la galería de los susurros, junto al Oyster Bar: la peculiar acústica hace que los sonidos se oigan a distancia y, por razones no del todo claras, muchos eligen el pasadizo para declarar su amor o pedir matrimonio.
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