Un recorrido por las historias y los lugares predilectos del artista en la ciudad donde decidió vivir desde hace más de 20 años y que hoy sigue de luto.
We can be heroes just for one day / We can be us just for one day. Una, dos, veinte personas cantan. Cantan y lloran. Lloran y sonríen. Traen canciones en sus móviles y voces y cartas y velas y dibujos y tesoros a los pies del edificio en donde vivía David Robert Jones, o David Bowie: 285 Lafayette Street, en SoHo, Manhattan.
Lo velan como si cada uno fuera responsable de un turno. Ya han pasado un par de días desde que se anunció su muerte y aún sigue llegando la gente. Cuando se acaban las canciones hay silencio. La voz de la verdadera nostalgia. A veces interrumpe algún neoyorkino que va de prisa -siempre hay neoyorkinos que van de prisa- y necesita pasar por la acera que cada vez se hace más pequeña.
También están los carros de los noticieros, las cámaras y las periodistas repitiendo lo que van a decir cuando llegue el directo. Hace frío en la ciudad que nunca duerme -es mentira, porque sí duerme aunque las luces sigan encendidas-, a la que todavía no ha llegado la nieve a pesar de estar en medio del invierno. En algunos de las tarjetas-ofrenda se lee “RIP maestro”, “Hay un hombre estrella esperando en el cielo”, “Rockea en el cielo”. ¿A donde irán a parar estos regalos cuando se vaya el último centinela y al barrendero le toque despejar la calle?
Let’s dance. For fear your grace should fall. Llega otra persona con un parlante inalámbrico. Cantan dos David Bowie al tiempo. Y veinte personas. Hace unos minutos, en la estación de Union Square del metro, una joven de pelo verde y un sujeto en ropa interior de cuero y capa de Satán bailan esa misma canción con un anuncio que dice en inglés “Vamos a bailar. RIP David Bowie”.
Así, con pequeños actos, con frases como “lo que más me gustaba de él era que no tenía edad, ni género, ni tiempo”, con la cara pintada como Ziggy Stardust y con música, especialmente con música, Nueva York le rinde un homenaje a un inglés que decidió vivir aquí desde hace más de dos décadas.
En los últimos años escogió el camino del solitario. El que miraba la avenida desde su Penthouse. El que salía por la puerta de atrás de su edificio. No tenía que ver con que la gente fuera pesada. Solo lo saludaban desde lejos con un informal “Yo, Bowie” (“Hey, Bowie”). Pero tenía sus espacios y, sobre todo, sus historias en esta ciudad.
‘Mary’ llega al escenario
Una de las primeras veces que Manhattan vio a Bowie sobre el escenario fue en junio del 72, en Madison Square Garden, justo después de que Elvis Presley moviera sus caderas y cantara éxitos, como “Proud Mary”, por 45 minutos. Alguna vez refiriéndose a esa experiencia el cantante inglés bromeó: “como yo estaba en pleno con el estilo Ziggy -cabello rojo brillante y zapatos de plataforma Kabuki- estoy seguro de que muchos de la audiencia pensaron que Mary había llegado”.
La última vez que sus fans lo vieron en concierto también fue en Nueva York. Ocurrió hace casi diez años, en noviembre de 2006, en el Black Hall, junto a Alicia Keys, y con el propósito de beneficiar a la campaña Keep a Child Alive (Mantén a un niño vivo). “Lo escucho desde niña, lo escucho con mi padre. Pero no, nunca lo vi en Nueva York. Él dejó de hacer tours desde hace mucho tiempo y antes yo era muy joven”, dice una mujer, menor de 30 años, que le lleva flores a la calle Lafayette.
Ahora, tras su muerte, David Bowie volverá al escenario. Primero con Lazarus, una producción de Broadway en la que adaptó, junto con Enda Walsh, la novela El hombre que cayó a la tierra, de Walter Tevis. Lazarus, como una de las canciones de su último disco, Blackstar, en la que él mismo aparece como un enfermo en un hospital y como una versión del Lázaro de la Biblia cantando “By the time I got to New York, I was living like a king” (“En el momento en que llegué a Nueva York, estaba viviendo como un rey”).
Segundo con el homenaje que se le hará en el Carnegie Hall en marzo con Cindy Lauper, Perry Farrell y Robyn Hitchcock and the Roots. Y tercero con otro tributo, más de tipo ‘indie’, que se realizará en mayo en Shea Stadium en Williamsburg -o el llamado barrio hípster-con bandas locales que tocarán algunos de los hits de Bowie.
Un paseo por el barrio de Bowie
Si Bowie hubiera escrito una guía para recorrer la ciudad comenzaría con un “evita a toda costa los lugares turísticos”, pero hoy en día ¿qué lugar queda en Manhattan que no sea turístico? Su lugar favorito, Washington Square, siempre tiene a alguien en pantalones cortos tomándose selfies con el arco de la plaza.
Pero bueno, también conserva algo de la magia que le gustaba al artista: músicos independientes tocando sus canciones para la gente, poetas declamando palabras para los que aún escuchan, historia que se lee en el concreto y el people watching. La última expresión significa en inglés algo así como “avistamiento de gente”, como los personajes icónicos de esta plaza: Uncle Bubbles, o el Tío Burbujas que hace pompas de jabón inmensas que los niños tratan de agarrar con la punta de los dedos; el hombre que le da de comer a las palomas en sus manos, hombros y cabeza; la anciana que se volvió la mejor amiga del titiritero sin poder pronunciar una sola palabra; el mago de gorro alto que lee el futuro; el viejo que se broncea durante el invierno…
Si Bowie hubiera explicado cómo Nueva York lo inspiró en su trabajo, quizá se hubiera referido al álbum Reality, escrito bajo la influencia narrativa de la ciudad, en especial de lugares como el Battery Park, Ludlow y Grand. O, tal vez, hubiera mencionado a The Magic Shop, el estudio en el que grabó clandestinamente su disco The Next Day, el estudio que hoy en día sigue pasando desapercibido tras una puerta gris y sin anuncios.
Si Bowie hubiera admitido por un momento que era mejor lector de lo que se declaraba, recomendaría pasar por Strand Bookstore, la librería de la que dijo alguna vez que “es imposible encontrar el libro que quieres, pero siempre encontrarás el libro que no sabías que querías”. De hecho, era tan buen lector que la Biblioteca Pública de Nueva York publicó por estos días en su página web una lista de los 100 libros favoritos del cantante.
Si Bowie hubiera finalizado esta lista con sus lugares musicales más frecuentados, se sumarían Puck Fair, el bar que queda justo al frente de su casa, cerca de tiendas de ropa y una gasolinera, y Bleecker Bob's, una tienda independiente de discos que desapareció hace unos años y hoy solo queda en su lugar un restaurante de comida asiática. Así es la vida en la Gran Ciudad.
Como cualquier otro
Los neoyorkinos suelen reportar en las redes sociales cada vez que ven pasar por la calle a una celebridad. Entre los videos y fotos de Bowie hay un video que llama la atención. Es el cantante estirando la mano para alcanzar un taxi, como cualquiera de los otros transeúntes. El cantante, siendo rechazado ad infinitum por taxis casi siempre llenos, como le pasa a cualquier otro ser humano. Aun así, sus fans le comparan con un semidios.
Cuando Bowie visitó a Nueva York por primera vez no pasaba de los 30 y estaba eufórico de al fin llegar al lugar con el que había fantaseado de adolescente. “La vi con gafas multicolor, por decir lo menos”, dijo. Veía a dos ciudades. La de la tarde, cuando recién se despertaba, y la de la madrugada, cuando decidía ir a dormir. Por aquel entonces no era el solitario, sino el caminante y veía cómo las formas se transformaban a medida de que las calles se iban llenando de gente que comenzaba su jornada: “Una transferencia mágica de poder de lo arquitectónico a lo humano”.
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